Madurez y brillo vocal en el arte de Plácido Domingo
Plácido Domingo pudo llevar a cabo su presentación y rompió con el maleficio de la lluvia que se había ensañado con José Carreras hace un tiempo y recientemente con él mismo.
Lo hizo bajo una noche estrellada y de temperatura agradable frente a un público muy numeroso si se tienen en cuenta el costo de las localidades el período del mes aún con muchos porteños de vacaciones y la simultánea actuación de Julio Bocca en otro escenario pero gratuito.
No es el caso de reabrir el tema sobre las virtudes y defectos de este tipo de megaconciertos que sin duda contribuyó a la difusión masiva de la música clásica ni de hacer el análisis del comportamiento social frente a la música que se recibe a borbotones a través de medios audiovisuales con la aparente desaparición de las elites de melómanos.
Sin embargo el gran artista demostró conocer que esos jovenes públicos una vez conquistados por el placer del arte musical son susceptibles de integrarse a nuevas elites en el mejor sentido del término con exigencias a la vez vivificantes y renovadoras. Si no fuera así el conocimiento y el arte quedarían condenados a un triste ocaso.
De ahí que Domingo con acierto formuló un programa en su mayor parte renovado con obras valiosas y complejas algunas de ellas inclusive con particular fuerza teatral más difíciles de transmitir sin el ropaje y la atmósfera de la acción tal el caso de los pasajes de "Adriana Lecouvreur" de Cilea; el gran dúo de Amneris y Radamés de "Aida" de Verdi y el dúo entre Margarita y el protagonista de "Fausto" de Gounod.
Un pasaje mágico se produjo con "Ideale" de Francesco Tosti can tado por Domingo con la colaboración del violinista argentino Rubén González. La hermosa canción se escuchó con un elegante fraseo vocal y cautivante sonido del violín concertino de la Orquesta Sinfónica de Chicago. Músico brillante sin duda.
Del mismo modo fueron descollantes sus versiones del "Improvviso" de "Andrea Chenier" de Giordano de "O souverain...!" de "Le Cid" de Massenet y del soliloquio "E lucevan le stelle..." de "Tosca" de Puccini dichas con intensidad expresiva impecable línea y voz de ricas inflexiones y matices.
También Domingo alcanzó inusitado brillo con "La del manojo de rosas" zarzuela de Pablo de Sorozabal saludada con sonora ovación.
Cecilia Díaz recibió un espaldarazo no solamente por el elogio dicho por Domingo sino por su exhibición de aplomo y seguridad vocal en dúos comprometidos. También fue excelente su vocalización en "De España vengo..." de "El niño judío" de Soutullo y Vert.
Nuestra compatriota es una mezzo de matizado color y facilidad en los agudos una de las carencias clásicas de este tipo de voz llamada a figurar entre las figuras más relevantes de la actualidad.
Del mismo modo la soprano portorriqueña Ana María Martínez logró imponerse con aptitudes generosas después de una presentación algo vacilante en las coloraturas en "Je veux vivre..." de "Romeo y Julieta" de Gounod. Pero en el dúo de "El gato montés" de Penella agregado fuera de programa y en perfecta comunión con Domingo y muy especialmente en el dúo entre Margarita y el protagonista en "Fausto" de Gounod dejó escuchar una voz importante y buena escuela.
Domingo con su espontaneidad y dotes de maestro de ceremonias explicó las modificaciones del programa. Después del dúo de "La tabernera del puerto" cantado con seguridad junto a Díaz en efecto comenzaron los agregados y una zona de oscuridad artística.
"Mi Buenos Aires querido" y "El día que me quieras" fueron aportes cargados de nostalgia pero también muchas máculas por falta de amalgama entre orquesta tenor y los colaboradores circunstanciales Rubén "D´Artagnan" González (violín) Mariano Kraus (oboe con su inefable y vistoso smoking rojo) y Daniel Binelli (bandoneón) en un intento fallido de lograr atmósfera porteña.
Gracioso resultó el dúo de Don Giovanni y Zerlina de "Don Giovanni" de Mozart con voces de tenor y mezzo cuando la parte pide barítono y soprano e inaceptable el bajo nivel compositivo e interpretativo del dúo de soprano y tenor de "Cartas marcadas" de Kraus Mendelievich y González que Plácido Domingo -en gesto de bonanza y deseo de alentar- cantó junto a la principiante Verónica Loiácono.
Después de una entrega vocal con derroche de capacidad y resistencia con "Granada" de Lara Domingo invitó a entonar el infaltable brindis de "La Traviata" de Verdi que a esa altura de la noche sólo cantaron los más apasionados.
Por último cabe hacer mención de que la orquesta cumplió con dignidad su cometido pese a la confusa batuta de Eugene Kohn y que los acoples del sonido amplificado pusieron en riesgo el éxito de la presentación. De todos modos fue reconfortante escuchar y ver a Domingo en plenitud.
Juan Carlos Montero
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